Abespeciario Carmencita

Laurel para
los triunfadores

¡Oh laurel divino, de alma inaccesible,
siempre silencioso, lleno de nobleza!
¡Vierte en mis oídos tu historia divina,
tu sabiduría profunda y sincera!

¡Árbol que produces frutos de silencio,
maestro de besos y mago de orquestas,
formado del cuerpo rosado de Dafne
con savia potente de Apolo en tus venas!

Invocación al laurel,
Federico García Lorca

En estos versos, el poeta granadino se inspira en el desgraciado desencuentro entre el bello dios Apolo y la ninfa Dafne, hija del dios Peneo. La mitología describe cómo el apuesto y fuerte Apolo se burlaba del niño Eros, el dios del amor, cuando este se ejercitaba con su arco. En venganza, un día en que los dos enamorados paseaban a orillas del río, Eros disparó una flecha de oro portadora del amor a Apolo y una de plomo, que ahuyentaba la pasión, a Dafne. Mientras Apolo perseguía a su amada intentando conquistarla, ella, presa de un profundo desprecio lo esquiva huyendo a las montañas. Apolo está a punto de alcanzarla cuando Dafne, extenuada, dirige una plegaria a su padre pidiendo que la ayude a escapar. Peneo accede a las súplicas de su hija y la convierte en un árbol. De sus dedos comenzaron a brotar verdes hojas, su cuerpo se cubrió de corteza, sus pies echaron raíces y sus cabellos se convirtieron en hojas de laurel. Apolo no la alcanzó hasta que la metamorfosis se había completado. Apenado, arrancó unas hojas verdes del laurel y fabricó con ellas una corona que colocó sobre su cabeza. Mitología, leyenda y simbología envuelven a la planta del laurel, Laurus nobilis, originaria del Este mediterráneo y de Asia Menor, desde donde se extendió al resto de Europa y América.

Es un árbol longevo y resistente, pero de crecimiento lento, por lo que ha dado lugar al refrán «el que planta un laurel, nunca lo verá crecer». Perenne, de follaje verde oscuro, con hojas de forma lanceolada, se cubre de flores amarillas en los meses de marzo y abril. Su tronco es robusto y grisáceo, y su madera, dura y resistente, se emplea en marquetería y taracea, una técnica artesanal aplicada a muebles, juegos de ajedrez, cajas, etc., que consiste en incrustar pequeñas piezas de distinto tamaño en un soporte para realizar un diseño decorativo. Existen distintas tesis sobre si la palabra laurel procede del céltico laur (verde), o del latín laudo (honor). Lo que sí es seguro es que el término «laureado» referido a una persona que ha conseguido un reconocimiento tiene su origen en esta planta. Al laurel, desde antiguo, se le atribuía capacidad para proteger de males y conjuros. En la consideración de que provocaba sueños proféticos, en los oráculos, se arrojaban sus hojas al fuego: si ardían crepitando ruidosamente era un buen vaticinio; en cambio, si se encendían calladamente se avecinaban sucesos nefastos. Homero narra cómo las ramas de laurel tenían la cualidad de permitir ver el futuro y cómo los legisladores cretenses, antes de tomar importantes decisiones y de promulgar leyes, consultaban al laurel.

En la antigüedad los árboles tenían un importante valor sagrado. A cada dios del Olimpo correspondía una representación vegetal: la vid a Dionisos; la encina a Júpiter, protector de las ciudades; el olivo a Atenea, y el laurel a Apolo, divinidad protectora de la poesía, la música, la creación artística y las artes adivinatorias. El poeta romano Horacio se refiere a él como «el laurel sagrado», «el laurel consagrado a Apolo» y el que «orla la cabeza». Los árboles simbolizaban el conocimiento, la sabiduría y la conexión con el cielo, con aquello que se encontraba más allá de lo terrenal. Por eso las magas, brujas y sibilas se rodeaban la cabeza con sus hojas. En el oráculo de Delfos, un espacio sagrado al que los griegos acudían en busca de predicciones, se encontraba la fuente de Castalia rodeada de un bosque de laureles. La piti o pitonisa era la encargada de interpretar a los mortales los mensajes del oráculo y realizar los auspicios. Posteriormente, los autores cristianos de los siglos III y IV, para ridiculizar las religiones paganas y desterrar el mito del oráculo, dibujaban a las pitonisas en estado de embriaguez, mascando hojas de laurel y arrojando espuma por la boca mientras entraban en trance.

Griegos y romanos se sirvieron de flores, ramas y hojas de árboles para sus ritos. En las comidas fúnebres coronaban a sus muertos, se