Enseguida, fruto de esa tenacidad, el negocio fue creciendo e hicieron falta más manos. A su mujer se unieron entonces las hermanas y tres o cuatro vecinas, manos veloces, capaces de convertir un kilo de azafrán en diez mil envases de papel, la dosis exacta para uno de esos guisos familiares en los que se mojaba con pan hasta la última gota de la olla. El azafrán venía en carros tirados por caballos desde la Mancha.
Como las carteritas en el inicio eran blancas, sin marca, Jesús pensó que debía distinguirse de alguna manera, así que escogió el nombre de su primera hija y le hizo a la niña una foto con un lazo. Era 1923. Pero otro negocio de la zona ya tenía un emblema similar. Para distinguirse, en un alarde inconsciente de marketing, le quitó el lacito, le colocó un sombrero cordobés, la vistió de andaluza y le puso un mantón de Manila y un clavel. Nacía así la Carmencita que conocemos todavía hoy en día.
Hacia 1934, las mujeres del porche eran ya más de treinta, e incluso en tiempos de guerra ese número se duplicó. Y tras la cruel posguerra, las puertas de la casa familiar siempre estaban abiertas para ayudar a los vecinos y a todo aquel que lo necesitara.
Poco después, cuando se aventura a viajar en barco hasta las islas Canarias, Jesús está forjando el éxito actual de la marca gracias al gran consumo de especias en los platos tradicionales isleños, iniciando, sin saberlo, la internacionalización de la marca, pues en las tristes maletas de cartón de los inmigrantes canarios que viajaban a Venezuela iban las «carmencitas», en un intento de no perder el olor, el sabor y el amor a la madre que dejaban en la isla. En cierto modo, Carmencita era el cordón umbilical. Era y es, pues hoy el principal mercado es el continente americano.
Sin embargo, el volumen de ventas nunca hizo olvidar la estrechez de los inicios. Cada mañana, Carmen y su hija Carmencita preparaban café con leche y magdalenas para las trabajadoras, que veían en la sonrisa de esa niña con sombrero cordobés la valentía de unos padres que emprendieron con voluntad y esfuerzo el difícil camino de la prosperidad. Cuando, a partir de 1955, se introducen las máquinas que agilizan el proceso de envasado, se decide no despedir a nadie y, para ello, se busca la diversificación: otras especias y nuevos envases.
La siguiente generación, con Luis Navarro, Francisco Escolano y Jesús Navarro Valero, fortaleció y multiplicó los valores del fundador: tradición y, a la vez, modernidad, visión de futuro y espíritu de liderazgo. Con gran esfuerzo situaron la marca como líder indiscutible del mercado.
Hoy es la tercera generación la que se prepara para que Carmencita cumpla 100 años. En plena construcción, una nueva fábrica que será la más moderna de Europa. Cómo no, situada en Novelda, el pueblo que siempre se levanta, un pueblo de luchadores y luchadoras donde el sueño de nuestros abuelos se hace realidad. La emoción de ver cada día más cerca la llegada de ese año mítico se hace cada vez más grande, la ilusión envuelve todo lo que hacemos en esta etapa mágica, antesala de grandes acontecimientos. Pero es solo otra etapa, el testigo continúa su carrera.
Carmen y Jesús, y su ejemplo de lucha y solidaridad con la sociedad siguen a través del tiempo imparables, eternos.
Carmencita, cien años dando sabor y color a tu vida. Objetivo cumplido.